
Nicolás Alvarado renunció a su cargo como director de TV UNAM después de las protestas realizadas a raíz de un texto que publicó en el diario Milenio en el que habló mal de Juan Gabriel a sólo un día de su repentino fallecimiento. En él, se auto denominó clasista y afirmó que su molestia hacía “El Divo” iba más allá de un tema meramente musical: “me molestan sus lentejuelas, no por jotas sino por nacas”. No bien el texto vio luz, las redes sociales se volcaron en su contra, pues ¿cómo alguien se puede atrever a hablar mal de Juanga a unas horas de su muerte?
Es cierto que el tema es muy sensible para los mexicanos: un gran porcentaje de la población adoraba al cantante; sin embargo, por qué alguien tiene que perder su trabajo por el simple hecho de hablar mal de un ídolo popular, y también, por qué al ídolo popular se le pueden perdonar ser amigo de corruptos e incluso componerle canciones a gente tan despreciable como Cesar Duarte, quien ha sido acusado de nepotismo y enriquecimiento ilícito. Ahora resulta que abrazar la corrupción te convierte en santo y criticar al santo te deja sin empleo. ¡Ay México, cómo me dueles!
El director llevaba apenas unos meses en el cargo, así que era muy pronto para evaluar su desempeño en el mismo. Muchos criticaron su nombramiento por ser un “ex-televiso” o por no tener lazo alguno con la UNAM, pues no estudió ni había dado clases allí al tomar las riendas del canal. Eso es una estupidez, ¿por qué alguien tendría que ser egresado de la UNAM como condición para trabajar en ella? O peor, ¿por qué alguien tendría que dar clases en la universidad antes de tomar un cargo administrativo? Siguiendo esa lógica, ningún barrendero podría trabajar en la máxima casa de estudios a no ser que demuestre tener una carrera en la misma, ¡basura!
Hoy la UNAM demuestra que la “A” en su nombre es puro adorno al ceder a la presión mediática por un texto que el mismo director del periódico en el que fue publicado celebró. La libertad de expresión en nuestro país sufrió un duro golpe del que va a ser muy difícil levantarse. La corrección política se adueñó de nuestro lenguaje y eso nos llevará a una autocensura feroz que ni el peor de los gobiernos totalitarios pudo lograr. Si un pueblo se calla así mismo no hay necesidad que las altas esferas del poder hagan otra cosa que sentarse a ver como sus gobernados se dan de golpes solos contra la pared.
La renuncia de Nicolás Alvarado es una vergüenza y una muestra de que vivimos en un pueblo desinformado que adora al corrupto, al sinvergüenza, a aquel que abandonó a los suyos y que pudiendo hacer mucho, optó por no hacer nada. Nicolás no es para nada el mejor periodista que ha dado este país, pero al menos tiene los pantalones para decir lo que piensa, no como los divos que callan y celebran a los corruptos aprovechando su fama. No existe canción, entre las casi dos mil que compuso Juan Gabriel, que justifique que alguien pierda su trabajo por hablar mal de él.
Cínicos aquellos que protestan el despido de Aristegui y celebran la renuncia de Alvarado, vergüenza les debería dar.
Mientras la UNAM busca un reemplazo, sugiero que la máxima casa de estudios de los Estados Unidos Mexicanos cambie su himno por aquel bello poema que Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel, El Divo de Juárez (aunque nació en Michoacán) compusiera en tiempos recientes:
Publicado en: Terraplén